El trabajo es la fuente de toda riqueza. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre. Hace muchos centenares de miles de años una raza de monos antropomorfos vivían en los árboles y formaban manadas. Como consecuencia directa de su género de vida, por el que las manos, al trepar, tenían que desempeñar funciones distintas a las de los pies, estos monos se fueron acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el suelo y empezaron a adoptar más y más una posición erecta. Fue el paso decisivo para el tránsito del mono al hombre. La posición erecta, primero una norma, y luego, una necesidad, las manos tenían que ejecutar funciones cada vez más variadas. La mano era libre y podía adquirir ahora cada vez más destreza y habilidad; y ésta mayor flexibilidad adquirida se transmitía por herencia y se acrecía de generación en generación. Los hombres en formación llegaron a un punto en que tuvieron necesidad de decirse algo los unos a los otros. La necesidad creó el órgano. El lenguaje. La laringe poco desarrollada del mono se fue transformando, lenta pero firmemente, mediante modulaciones que producían a su vez modulaciones más perfectas, mientras los órganos de la boca aprendían poco a poco a pronunciar un sonido articulado tras otro. El trabajo y la palabra articulada, fueron los dos estímulos principales bajo cuya influencia el cerebro del mono se fue transformando gradualmente en cerebro humano. Y a medida que se desarrollaba el cerebro, desarrollamos también sus instrumentos más inmediatos: los órganos de los sentidos. El desarrollo del cerebro y de los sentidos a su servicio, la creciente claridad de conciencia, la capacidad de abstracción y de discernimiento cada vez mayores, reaccionaron a su vez sobre el trabajo y la palabra, estimulando más y más su desarrollo. Un nuevo elemento que surge con la aparición del hombre acabado: la sociedad. El trabajo comienza con la elaboración de instrumentos (caza, pesca y armas). Gracias a la cooperación de la mano, de los órganos del lenguaje y del cerebro, no sólo en cada individuo, sino también en la sociedad, los hombres fueron aprendiendo a ejecutar operaciones cada vez más complicadas, a plantearse y a alcanzar objetivos cada vez más elevados (la agricultura, y más tarde el hilado y el tejido, el trabajo de los metales, la alfarería y la navegación). Al lado del comercio y de los oficios aparecieron, finalmente, las artes y las ciencias. De las ciencias a la inteligencia artificial generativa. Herramientas que pueden lograr niveles casi humanos. La implementación de tecnologías significan un quiebre para la organización del trabajo y de la propia sociedad, algo inherente a la historia. Habilidades que se necesitaran donde la automatización va a delegar tareas estandarizadas con consecuencias en la productividad. Desde “entrenadores” de bots, diseñadores del flujo de conversación, reparación de unidades, programación, control de calidad, etc. Con los chatbots el mundo del trabajo se transformará radicalmente agilizando y simplificando tareas. Un trabajo hasta niveles insospechados de una nueva revolución en la evolución de la humanidad. Otro tema a analizar es la educación. La enseñanza va a ser la ocupación que estará más expuesta a los cambios y avances en el modelado del lenguaje.
Pedro Pablo Verasaluse
pedropabloverasaluse@gmail.com